Llego a casa, después de haber
dado una vuelta por ahí con los amigos. Es tarde ya, seguramente las dos y
media de la madrugada. Hace mucho frío, pero el cielo está tan despejado que no
puedo evitar pararme, antes de entrar en casa, y levantar la barbilla para
contemplar, completamente alelado, la infinidad de estrellas que tengo sobre mi
cabeza. Boquiabierto, se me pasan los minutos como segundos mirando al oscuro
cielo plagado de puntitos blancos brillantes y, entre ellos, vuelvo encontrarme
con otro de esos satélites que, sigiloso, navega en línea recta haciéndose
pasar por un astro más. Si no fuera porque tengo los dedos de las manos a punto
de congelarse, me quedaría aquí un rato más, esperando alguna estrella fugaz,
otro satélite o ¿quién sabe? ese ovni que aún no he tenido la suerte de poder
ver.
Recuerdo que, desde bien pequeño, ya me gustaba explorar.
Tuve la gran suerte de poder hacerlo en los alrededores de la primera casa
donde viví. Aquél era un barrio residencial, a las afueras de lo que hasta
entonces se consideraba la ciudad de Sevilla. Justo detrás del edificio en el
que me crié, había un gran descampado donde transcurrían la mayoría de las
aventuras que pude disfrutar, tanto en la buena compañía de mis intrépidos vecinos
como en la mía propia. El “descampao”, como lo llamábamos entonces y aún
seguimos haciéndolo, lindaba al sur con el enorme colegio de Las Irlandesas, al
este, con un soso edificio de Telefónica y una explanada sin edificar, y al
oeste, con otro enorme descampado que, por partes, dejaba de serlo para
convertirse en auténtico campo, lleno de vacas a veces, limitado en su margen
izquierda por las vías del tren, que iba y venía de Cádiz.
Las horas se pasaban volando una
vez que te adentrabas en la espesura de aquella especie de sabana urbana y, a
pesar de que cada día la aventura era distinta, casi siempre giraba en torno a
la “montaña”, que no era otra cosa más que un enorme pegote de cemento y
chinos, fruto de las repetidas descargas de restos que hacían allí las
hormigoneras procedentes de obras cercanas. Aquel montículo hizo, entre otros
papeles, de zona de reuniones, cocina improvisada, foro de debate, base para la
bandera o el estandarte (según la ocasión), almacén, trinchera, bunker,
vivienda troglodita, etc.
Con el paso de los años y el
inevitable avance de los ladrillos, la aventura se trasladó al campo de verdad,
de la mano de los Boy-Scouts del barrio, con los que la extensión del horizonte
a descubrir se multiplicó por mil. Para un explorador de vocación como yo
(curioso compulsivo, de nacimiento) aquello fue mucho más que un mero
entretenimiento; fue una auténtica academia para pequeños exploradores y
doctores Livingston, en potencia. Las excursiones de fin de semana, que solían
empezar un sábado por la mañana, bien temprano, y terminaban el domingo al caer
de la tarde, estaban repletas de actividades, entre las que destacaban, al
menos para mi, los juegos de pistas que me hacían disfrutar como lo que era, un
niño chico. Tal vez fue entonces cuando empecé a cogerle el gustillo a eso de
buscar y encontrar cosas perdidas o escondidas; y eso, unido a la relajada
esperanza de tropezarme algún día con un gran tesoro, como aquellas monedas
romanas antiguas que descubría, paseando por los alrededores de Itálica, uno de
mis profesores del colegio, me han convertido, con el paso del tiempo, en una
especie de rastreador urbano.
Hoy en día, puedes encontrarte en
la calle cualquier cosa, desde las habituales cagadas perrunas hasta un décimo
de lotería sin usar, pasando por botones de todos los colores, de todos los
tipos, de infinidad de texturas y, todos ellos, cargados de historias, muchas
historias que contar.
Me gusta tu estilo
ResponderEliminarDid the intrepid explorers discover any green shamrock buttons scattered amongst the debris in the sabana urbana? Thrown there by the strange creatures of tiny stature lurking in the shadows of colegio de Las Irlandesas.
ResponderEliminarVery lucky to find the green shamrock buttons during the month of March, any other time of year, not so lucky ... could invite disaster for the finder ...
Perhaps there is another story ...
hahahahahaha... it could be but, my dear friend, I prefer that you write it, I´m sure that it will be a great story.
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